martes, 7 de octubre de 2008

Cuando nace un río

Cuando nace un río

El mismo día de la boda, cuando los invitados estaban en pleno festín y la música escandalizaba el vecindario, en medio del patio apareció un pequeño charquito de agua limpísima que brotaba de un pequeño agujero. Al principio nadie se percató de ello ni le prestó atención pues qué podía significar un pequeño charquito de agua en medio del patio.

Ya por al tarde el charquito había crecido lo bastante como para que alguien se percatara y llamando a María le dijera: “_Mira, al parecer se ha roto una tubería”. María le respondió que era difícil que por allí pasara alguna que otra tubería y no se le prestó más atención a aquel fenómeno.

A la mañana siguiente el agua había inundado los bajíos formando un pequeño laguito y un riachuelo se extendía apurado hacía las zonas más bajas del patio. María que fue quien salió primero al patio a poner las almohadas al sol, lo vio, pensó que la cosa parecía más seria de lo había pensado. Llamando a su marido que envuelto en las sábanas se asomó a la ventana y con los ojos soñolientos y quizá con la resaca queriéndole reventar la cabeza exclamó: “_¡Coño y esto qué carajo es!”. Salió al patio descalzo y se paró al borde del laguito de agua transparente y frío, haciéndose la misma pregunta que ayer la vecina había dicho a María. “_El agua sale de allí”, dijo señalando hacía el lugar donde la superficie se deformaba al brotar el agua y seguido empezó a acercarse. “_Ten cuidado, Manuel, tú no sabes qué hay ahí y va y te hundes”, le atajó su mujer.

Manuel se acercó con cuidado para ver un pequeño orificio en la tierra de donde salía el agua. No le gustaba aquello porque si seguía así el agua pronto llegaría al platanal, aunque no le vendría mal aquella irrigación pero para las papas y los fréjoles habría sido fatal tanta agua. “_¿Qué podrá ser?”, le preguntó María y él “_Pues ni idea tengo, al paso que vamos tendremos que sembrar arroz”, se aventuró a bromear aunque le preocupaba bastante aquel río en medio del patio.

Por la casa pasaron los familiares por turno, los vecinos y amigos y cada cual con su opinión sobre lo qué era y sobre lo qué era necesario hacer, pero el agua seguía saliendo a por botones, el lago ya había abarcado un tercio del patio, el sembrado de papas ya se perdía bajo el agua y los fréjoles empezaban a recibir aquella masa líquida.

Checha la del comité dijo que había que llamar al acueducto pues como el agua era tan cristalina, que no cabía duda alguna de que era de alguna tubería rota y de agua potable. Claro, no era agua de canalización, era limpia, las palomas volaban para beber y bañarse, los patos que antes estaban relegados a una tina sucia y mugrienta, se mostraban felices y hasta el gato Misifiú había llegado para dar lengüetadas apáticas a aquel lago. Un amigo dijo que seguro era el manto freático que había subido por las lluvias pasadas aunque aquello movía a risa pues estaban en abril, el mes más seco y no caería ni una gota de agua hasta mayo si Dios quería; terminó prometiendo llamar a la oficina de recursos naturales. Uno de los vecino que era testigo de Jehová se lanzó a proclamar la llegada del Armagedón, vaticinando la hecatombe mundial y salió apurado a informar al dirigente de esa secta. Lurdes, la tía de María que era una católica ortodoxa se lanzó corriendo la la iglesia del pueblo para informar al cura de la aparición del arrollo milagroso capaz de curar las dolencias.

Cada cual con su hipótesis de lo ocurrido y el misterioso río seguía creciendo, sí ya era un riachuelo pues el lago que abarcaba el bajío del pato empezaba a alargarse si el agua avanzaba poco a poco. El pueblo bullía de curiosidad. Por la casa de Manuel y María desfiló el pueblo en totalidad con la intención de ver el río de Manuel y María, casi ya se le llamaba así. Los niños jugaban en su orilla poco profunda, realmente no era profundo pero nadie se había aventurado a meterse hasta el mismo centro por miedo a hundirse pues todos sabían que aquella región estaba llena de cuevas.

Ya al segundo día el riachuelo había salido del patio de Manuel y María, dejando en el patio un lago bastante grade y dos islotes, uno coronado por el platanal y otro por la casucha de las palomas. El agua había salido y rodeado la casa y seguía por un costado de la calle, inundando de humedad y vida el seco callejón que era la calle principal del pueblo. Sus orillas habían reverdecido, unas pequeñas florecillas blancas adornaban sus orilla y cuando los dueños de la casa se asomaron a la ventana del cuarto, vieron la casa reflejada en aquel espejo irreal. Habían crecido juncos a la orilla, garzas blanca habían llegado de no se sabía donde, las libélulas y las mariposas revoloteaban, las golondrinas llegadas con tanta anticipación volaban al ras del agua para ablandar la arcilla y hacer sus nidos. Se abrazaron porque se sentían felices.

Salieron de su felicidad cuando los gritos de los vecinos que los llamaban se hicieron cercanos. El río había ocupado el callejón dividiendo el pueblo en dos, seguía recto hasta la iglesia y en la misma puerta giraba a la izquierda y seguía para formar un lago en los límites del pueblo. Todos estaban admirados cada cual según su punto de vista, pero quién estaba a más no poder era el cura que tocaba las campanas para bendecir el río recién nacido por obra y gracia del Señor aunque ya algunos se oponía diciendo que no había milagro alguno que aquello era un fenómeno natural y otros que aquello era una rotura de una tubería del acueducto que iba a la capital. Por suerte era domingo y nadie hizo otra cosa que ver el río nuevo, ya había dejado de llamarse “de Manuel y María”, ahora era el río Nuevo, ya al atardecer había roto a correr hacía el norte, hacia la costa. Esto último fue visto como un buen presagio por los contrarios al régimen que empezaron a regar el chiste “que hasta el agua se quiere ir del país”.

Los del acueducto dijeron que por allí nunca había pasado ninguna tubería y que era imposible, que seguramente habría que llamar a los del Instituto de Geología e Hidrografía que ellos podrían dar una respuesta a aquel fenómeno. Por la noche el presidente del poder Popular del pueblo reunió a todos para dar cierta explicación a lo que pasaba aunque a ciencias ciertas no comprendía nada del asunto. Empezó a divagar de un tema a otro tratando de calmar a todos, y de echar por tierra aquellas supersticiones fantasiosas que el cura y los beatos propagaban o las descabelladas teorías del fin del mundo que los testigos de Jehová veían en ello. “_Lo impoltante e´que e´te río va a trae´ fertilidá a nuestrá tierras y que en definitiva vamo´a resolvé nuestro problemas con el agua...”, al menos a ojos vistas era real que el pueblo había cambiado en dos días, la árida tierra roja se había convertido en un césped verde, de una intensidad que seguramente desde el cosmos se vería como una luz verde en medio de aquella sabana seca y roja.

Alguien levantó la mano para opinar y lanzó, quizá sin querer la manzana de la discordia: “_¿Y cómo vamos a llamar al río”. Aquella pregunta fue seguida de un silencio total, pesado que se podía cortar a machetazos. Y de pronto empezó la algarabía total, cada cual quería darle un nombre según su pensar y así aparecieron propuestas como: “río del Patio de María”, “río de Manuel y María”, “río Nuevo”, “río del Santo Pastor”, “río 40ª Aniversario de la Revolución”, “río Rubén Martínez Villena”, “río Lázaro Peña”, “río de Puercamuerta” y un largo etc. Por suerte alguien dijo que aquello había que discutirlo con los de Cartografía e Hidrografía que eran los encargados de registrar los ríos. Todos parecieron calmarse.

Al día siguiente unos vecinos ya habían empezado a construir unos botes para irse de pesca al mar, claro que esa misma tarde vinieron unos policías y les decomisaron los botes con el pretexto de que no tenía permiso para usar ese tipo de transporte aunque en realidad era para evitar que se fueran para el Norte, acción risible pues todavía el río no había tocado la costa.

Alguien corrió la voz que había que represar el río pues en cuanto tocara el mar, pues éste se metería tierra adentro y la sal podría acabar con el suelo y los cultivos. Y allá se fue un grupo de entusiastas a hacer una improvisada represa a unos cuantos kilómetros del pueblo. Otros trajeron de no se sabe dónde unas bicicletas acuáticas y empezaron a alquilarlas, a las orillas apareció una cafetería, que más bien era un quiosco pero tenía un aspecto romántico al lado de aquella agua cristalina.

Manuel y María por primera vez se metieron en el agua a bañarse, habían esperado al mediodía cuando el calor arreciaba. Entraron temerosos pero ya adentro empezaron a sentir un bienestar indescriptible, la risa inundó el patio que era ahora un lago, nadaban como si fueran niños. Los vecinos vinieron y se unieron a aquel baño y cuando la comisión que especialmente había venido de la cabecera del municipio entró en el patio vio que las orillas se habían convertido en una playa, que la gente nadaba, jugaba en el agua, tomaba el sol o jugaban con pelotas. Para la comisión fue una sorpresa porque siendo lunes y día laboral aquella gente estaba allí. Tampoco la comisión vio con buenos ojos el quiosco y las bicicletas acuáticas y mucho menos que el río se dirigía hacia la costa norte y ni que decir que pasaba por delante de la iglesia donde ya habían crecido algunas cruces, detrás de la iglesia habían aparecido ofrendas a Yemayá y otros santos de la brujería y para escándalo los testigos de Jehová se bautizaban en plena calle metiéndose con sus ropas negras en el agua. Esta comisión trajo otra, los hidrógrafos dijeron que era un simple manantial que podía desaparecer tan pronto como había aparecido y se fueron prometiendo estudiar el caso.

Los del acueducto nacional llegaron, trayendo unos buzos que se sumergieron en el lago del patio de Manuel y María para investigar las posibilidades de poner una planta para extraer agua y aunque los dueños se opusieron sus opiniones no contaban, llegaron camiones con materiales y tubos, grúas y el trabajo comenzó. La casa de las palomas fue tumbada y allí pusieron la planta, aquel motor Diesel que enseguida empezó a soltar querosén, pero ellos calmaron a los vecinos que eso era solo al principio que después el agua correría limpia.

El presidente de la cooperativa desvió el río hacía los depósitos de irrigación para así ahorrarse electricidad en bombear agua de la tubería nacional. La represa no dio resultado y allí quedaron los tubos, postes de madera e hierros.

Por el lado de la casa de Manuel y María pasaron unas tuberías enormes y la planta empezó a funcionar, toda la noche estuvo como rugiendo sin dejar dormir a nadie, a la mañana siguiente después de un ronquido infernal dejó de funcionar y cuando los vecinos se acercaron vieron la mancha multicolor de combustible navegando sobre el lago, donde flotaban muertos algunos peces. Los del acueducto vinieron a eso de las cuatro, trataron de arreglar algo y solo de noche consiguieron que aquel monstruo comenzara a bramar de nuevo. El río apestaba a querosen, el pueblo se llenó de ese olor rancio y alguien dijo que sería bueno prenderle fuego para acabar con el combustible, otros dijeron que eso convenía para matar así a los mosquitos. La planta no funcionó toda la noche, se rompió echando chispas.

Los vecinos se cansaron de llamar a los del acueducto para que arreglaran aquello, pero nadie llegó, el agua olía mal, tenía ya un aspecto grisáceo y por efectos de la represa el agua se acumulaba y empezaba a inundarlo todo. Las primeras casa en desaparecer fueron las cercanas al patio de Manuel y María, la iglesia quedó en un islote así como la escuelita rural que se convirtieron en refugio de los pueblerinos.

El ejército llegó en aparatos todo terreno y evacuaron el pueblo hasta que se arreglara la situación. Los llevaron a una escuela en el campo para que vivieran allí y allí pasaron un mes, cuando un buen día los volvieron a meter en transportes y los llevaron al pueblo de donde los habían sacado. Ya no había ni lago ni río, la tierra estaba cuarteada, la iglesia estaba derrumbada según la explicación los fundamentos no aguantaron y se vino abajo. Regresaron casi todos, excepto los testigos de Jehová que no regresaron nunca más. La casa de Manuel y María estaba allí, en el patio que apestaba a combustible no crecía nada, en el lugar del platanal las ruinas de un motor sucio.

Por las calles cuando el viento soplaba se levantaba nubes de polvo rojo que se elevaban y caían para cubrirlo todo lentamente. Pasó el tiempo, la normalidad llegó al lugar, la rutina y casi se habían olvidado de lo sucedido. Solo que cuando María y Manuel tuvieron su primer niño en la fiesta de la casa, en medio del patio comenzó a brotar el agua de nuevo, pero Manuel corrió junto con otros vecinos y taponearon el ojo de agua, era mejor precaver que tener que lamentarse después.

La fiesta continúo toda la noche, Manuel no perdía de vista aquellas piedras para ver si salía el agua o no. El riachuelo no apareció, al parecer la naturaleza había comprendido lo inútil de su afán de verdear aquella árida tierra.

Alberto Torres Fernández

Riga, 28 de marzo de 2003