viernes, 27 de marzo de 2009

La tragona

La tragona

Un buen día el barrio se despertó por los gritos que provenían de casa de Barroso, el presidente del comité, unos berridos tremendos a los que se añadían los de la madre y el padre y los hermanos pequeños que lloraban. Algunos vecinos se asomaron a las ventanas y otros en camisetas o batas de dormir se llegaron hasta el portal para preguntar. Vino la ambulancia y se llevaron a la hija mayor, Rosalinda, el padre fue con ella. La gente se retiró comentando que eran dolores de parto, algunos habían visto manchas en la saya de la chica y aseguraban que ya se había roto la fuente. Incluso ya en las camas comentaban los vecinos que cómo era posible, no se le había notado barriga alguna, además era casi una niña, con sus dieciséis años, claro la muchacha se daba unos agarres con su novio que era de esperar ese resultado. Otros preferían comentar que seguro que el novio la había poseído y que tal vez la había desgarrado, en fin las murmuraciones fueron amplias y de todas las índoles. Pero al otro día, ya al medio día para más precisión, el barrio sabía lo pasado, pues Teresita que trabajaba en el cuerpo de guardia del hospital, se había encargado de regar la noticia. Rosalinda fue ingresada con una infección vaginal debido a que estuvo masturbándose con una pila y al parecer la pila se le quedó adentro, la muchacha temió decírselo a los padres y había preferido esperar al otro día y bueno, la pila se le reventó dentro de la vagina provocándole una peritonitis aguda.

Aquello cayó como una bendición en el barrio, la gente solo comentaba de Rosalinda en la cola de la bodega, de la carnicería, en la barbería, en la esquina junto al quiosco de periódicos. Claro que cuando veían a los familiares, se callaban y sonreían como diciendo: “lo sabemos todo”. La madre no puso un pie en la calle y se decía que de la vergüenza. El novio cuando se enteró vino, corriendo y asustado y al llegar a la casa de su novia, le esperaba el escándalo del siglo. El hermano mayor de Rosalinda, El Bofe, le decía así porque era insoportable, le cayó a golpes al verlo y allí se enredaron a piñazos en el portal. Por suerte los vecinos los separaron, los padres de Rosalinda y el Bofe, se llevaron adentro al novio. La gente decía que para pedirle que lavara el honor de la hija y así fue, Casimiro, el Patón le decían, se casó con Rosalinda.

_ ¡De verdad que es un hombre de palabra!.- decían en el barrio.

Rosalinda salió a la semana del hospital, estaba demacrada y apenada, y la gente pasó de la compasión al sarcasmo cruel: “hubiera sido mejor un pepino o un plátano burro”, “que me lo hubiera pedido a mí, yo le hubiera hecho el favor”, “oigan, lo que esa niña tiene ahí, es mucho, es una aspiradora”, “pero, miren que tragona...” y fue así como dejó de llamarse Rosalinda, para empezar a llamarse La Tragona, en alusión a aquel suceso que la marcó de por vida, pues la infección provocada por la dichosa pila, la había afectado por completo y aunque no tuvieron que vaciarla, era probable que no pudiera tener hijos.

Pero así y todo el Patón se casó con ella, muy en contra de su familia. La cosa ardió pues el día de la boda, los padres del novio no fueron y el juró que habían muerto para él. Se vino a vivir a casa de Barraso, que al menos se sentía más aliviado. Casimiro era piloto de avionetas, un Antonov destartalado que usaban en la cooperativa Héroes del Moncada para fumigar y esto dio más material al vecindario para comentar.

_ Oye, que no fue la pila ni na´de eso...La cosa es que el Patón tiene la pinga radio activa.- decía Odalys, la negrita de pasas rebeldes en la bodega.- Trabaja con pesticidas y eso sí que e´peligrosísimo.

_ ¿Tú crees?

_ Mira, to´o el mundo lo sabe. La gente que trabaja con pesticidas, se quedan jorros.

_ ¡Ay, pue´son jorros al doble!.- dijo Guanasinda y la cola se rió.

Desde aquel entonces a la Tragona y al Patón, les llamaban Los Jorros y hasta hubo quien propuso hacer una apuesta a ver quien era más jorro, ella o él. La gente es muy maliciosa y le encanta el dolor ajeno. En lo que dependía de Rosalinda y Casimiro, pues nada, al parecer eran felices, el tenía trabajo en la cooperativa y allí se le pegaba de todo, en aquella casa siempre había viandas y frutas, carnes y huevos, nada que estaban bien pues el resto del vecindario estaba en el hambre del momento (bueno, en Cuba el asunto del hambre ha sido permanente).

Rosalinda entró a trabajar en la guarapera que estaba en la Placita, allí antes había una carnicería, pero con el asunto de la caída del muro de Berlín, pues la carne se convirtió en un fantasma, en algo invisible. Allí pusieron una de esas máquinas que exprimían las cañas y sacaban el guarapo, que vendían con hielo. Una bebida muy refrescante y que el saber popular le atribuía ciertas cualidades. Los compradores en general eran hombres pues según se decía, el guarapo daba leche y para un buen cubano, el eyacular con abundancia era símbolo de la mayor hombría y virilidad. Ahora la gente comentaba que la Tragona le llevaba al Patón los litros de guarapo y que éste tomaba guarapo en el desayuno, el almuerzo y la comida, se corría la bola de que el Patón se venía como un toro, que echaba un litro de leche. Solo que era una leche envenenada, capaz de cegar a cualquiera, que si caía en la sábana era como el ácido sulfúrico y que la única vagina capaz de recibir aquel lechazo, era la vagina atómica de la Tragona. El barrio había olvidado las cotidianidades para dar rienda suelta a la imaginación y a los rumores.

Odalys, la negrita quimbá, hizo una apuesta de llevarse a la cama al Patón para ver si de verdad eyaculaba tanto. Ella no ganaba nada en ello, lo hacía porque ella era una enferma a un buen lechazo y siempre en la cola de la bodega daba los detalles del negro de turno que tenía por marido. Incluso cuando le dio la conjuntivitis a todos les dijo que fue un lechazo de Chucho, el marido de aquel entonces. No le costó trabajo sonsacar al Patón, pues ella aunque era una negrita quimbá, con cuatro pasistas rebeldes en la cabeza, tenía un buen cuerpo y fama de gozadora y pervertida. El barrio ardió en regocijo cuando el Patón entró en casa de Odalys una tarde bajo un tremendo aguacero y salió a las dos horas, medio asustado de que alguien lo viera. Al otro día se repitió la visita, y al otro, y la negra en alza, se pavoneaba de que había vuelto loco al blanquito.

_ ¡Oye, mi´ja, y la pinga del mi´mo tamaño de la pata! ¡Por eso le dicen el Patón!.- decía ella sin recato alguno.- ¿Y leche? ¡Ay, Dio mío! ¡Na´de na´, pa´comé y pa´llevá!

La gente iba a la cola de la bodega con el mismo entusiasmo con el que se sentaba a las nueve delante de la tele para ver la telenovela brasileña, el morbo estaba por las nubes. Pero tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe. La Tragona se enteró, alguien le fue con el chisme o ella misma se lo olió, pero la cosa fue que estaba a la caza, espero a que entrara el Patón a la casa de Odalys para dar el escándalo, todo un mitin de repudio y estaba gritándole “negra puta” cuando el Chucho doblaba la esquina y el espectáculo tomó un giro inesperado, pues Rosalinda le explico en gritos que la mujer de él se estaba templando a su marido. El negrón echó abajo la puerta con el hombro y entró como un ciclón, el Patón quiso salir por la ventana pero allí lo cogió a piñazos limpios, le daba con toda su fuerza de cabrón y lo insultaba. La Tragona se agarró a golpes con la negrita quimbá, le daba piñazos por las tetas y Odalys le alaba los pelos. En fin, alguien cansado del espectáculo de folclore, llamó a la policía. Cargaron con todos, excepto con el Patón que se lo llevaron para el hospital ensangrentado y dando gritos.

Hubo un juicio popular, aquellos que estaban de moda, un juicio abierto en cualquier parque, los acusaban por escándalo público, allí estaba el negrón orgulloso, Odalys con esa desfachatez que le caracterizaba, Rosalina apenada y Casimiro con un brazo, el tórax y una pierna vendadas, pues el negro le había dado duro. Tenía partida tres costillas, el brazo por dos partes y una pierna, además de contusiones en la cabeza y un sin número de hematomas. Aquel juicio realmente era una payasada de moda en la isla, multas y amonestaciones y “calabaza, calabaza, cada uno para su casa”.

Odalys no siguió con el Chucho, éste se fue de la casa. El Patón se quedó sin trabajo porque con esas roturas y golpes, pues no podía ser piloto, empezó a trabajar en la floristería que estaba al lado de la guarapera, haciendo coronas para los muertos, un trabajo suave. Todo parecía haber cogido su cauce normal hasta que parió Odalys, una niñita casi blanca, preciosa mulatica, y que fue la chispa que desató el nuevo capítulo. Pues la gente veía en la cara de la bebé el rostro de Casimiro, que eran igualitos, más bien “caga´os” y todos esperaban ya el comienzo de la segunda parte de la telenovela. Odalys cuando salió fue directo para la floristería para que el Patón asumiera su papel de padre e inscribiera a la niña, y claro como la Tragona estaba al lado en la guarapera, pues allí mismo empezó el jaleo. Por suerte Barroso los metió a todos en una habitación para hablar sin gritos ni policía.

Odalys quería que Casimiro inscribiera a la niña, que le diera los apellidos, esto traería como consecuencia que tendría que pagar una pensión a la niña, Rosalinda decía que si él aceptaba ser el padre de esa mulatica, pues que se fuera a vivir con los negros esos y Casimiro decía que era imposible que fuera de él, que todo el mundo decía que era jorro y que además ella, Odalys, tenía su marido, que él había sido un amante ocasional y sin compromiso. Y el escándalo de nuevo, los golpes y la policía.

Esta vez la cosa fue en serio, a Odalys le metieron una multa y seis meses de arresto domiciliario, pues ella fue la que provocó a los demás. Casimiro tuvo que reconocer a la niña, inscribirla, ponerle su apellido y mantenerla. Con tanta prueba se supo que no era jorro, que la única jorra era Rosalinda. Cosas de la vida que la Tragona vio a su manera, “un bollo ala mucho, y un hijo más”, decía ella y empezó a maquinar algo.

Rosalinda le propuso a Odalys las pases y que como ella tenía tantos problemas y eran tantos, que ella podía encargarse de la niña, que además así crecería junto al padre y en el mismo barrio. La otra se tomó su tiempo, y a la semana Rosalinda, ya estaba sentada en el portal meciendo a la niña que le había puesto Tanya. Y la calma volvió a reinar en el vecindario por un tiempo, pero eso es otra historia.

Alberto Torres Fernández

Riga, miércoles, 07 de mayo de 2003

Bertica

BERTICA

En el barrio todo el mundo conocía a Bertica, La Loca, pues de verdad que estaba chiflá, quemá; pero según cuentan ella antes no era loca. Se volvió loca un buen día allá por el sesenta y cinco, quizás. Cuenta la gente mayor que era una muchacha normalita, porque siempre fue tan flaca como ahora, tenía el pelo rubio, natural y tenía su encanto, pero cogió la revolución con mucha fuerza y se quemó, se le secó el coco. Tendría unos diecinueve años cuando vistió la saya negra y la blusa roja al correrse la noticia del triunfo, fue una de las primeras en salir a la calle agitando una bandera cubana por la calle Real para asombro de los familiares que eran acomodados. Allá se fue al parque central donde la turba se disponía a asaltar el ayuntamiento, cosa que pasó con el consabido incendio de los archivos. Lo típico pues en las revoluciones siempre hay alguien dispuesto a quemar toda la historia del mundo con tal de blanquear la suya propia y además la mayoría de aquella turba había escuchado la palabrita “revolución” hacía solo unos meses o unas pocas horitas, por lo tanto aquello era como un carnaval: disfraces, ruidos y máscaras. La masa estaba cada vez más histérica porque el descontrol se apoderaba del pueblo poco a poco y eso de empezar desde cero y eliminar lo viejo, daba mucho morbo a la chusma que sin tener ideología ni un carajo se había lanzado a celebrar algo abstracto que nunca comprendieron.

Bertica estaba allí, entre los primeros aunque nunca había participado en nada ni pertenecía a nada. Pronto cambio aquella saya negra y blusa roja en solidaridad al movimiento veintiséis de julio por el traje verde olivo, le quedaba bien. Pantalón y blusa verde olivos, botas y boina negras, todo de ese color nuevo y codeándose con los barbudos que llegaron para dirigir al pueblo. Gente salida de lo más profundo del campo, gente simple y allí estaban, sentados en la silla del alcalde sin siquiera tener un metro de tierra donde caerse muerto o propiedades, gente simple, repito y muy entusiasta. Eso sí, mucho entusiasmo, eso fue lo que lleno los primeros días de la revolución en aquel poblacho próspero hasta ése momento.

Bertica se integró de lleno, guardias, trabajos voluntarios, mítines, nacionalizaciones, reuniones, ingresó en el partido comunista, la federación de mujeres, los comités y hasta fue a la campaña de alfabetización. Todo junto, todo, ella una chica de su casa, aburguesada y de pronto en la calle, tomando decisiones, dirigiendo a la masa y aquella palabra elevada al altar de lo superior: “¡Compañeros, vamos a ver, compañeros!”. Ella como otros estaban contentos, eufóricos de haber suprimido del habla y del diccionario la palabra “señor” y “señora” y ni que decir de “Mister”, a veces ella incluso recordaba la cara del yanquí dueño de la Fleyman a quien todos le rendían pleitesía y cuando la comisión entró en su oficina para nacionalizar la fábrica llamándolo de compañero. El yanquí se levantó rojo como un tomate y sufrió un insulto, nunca más se supo de él, no se murió, algunos cuentan ahora que siguió viviendo en Miamí.

Los padres se apuntaron para irse como hicieron los que podían, ella cayó en la primera crisis. Aquella acción de su familia le echaba tierra, la manchaba y los compañeros ya no podrían confiar en ella pues tenía una familia recalcitrantemente pro imperialista. Ella se fue de la casona, recogió lo necesario y se fue a vivir a la oficina de las milicias y no quiso saber más de su familia, la madre trató de despedirse de la hija revolucionaria, dicen que la llamaba la “oveja negra”, pero no logró verla. Bertica estaba por Caimito en una escuela de milicianos y los padres se fueron. Nunca nadie más supo de ellos y mira que la gente se entera de todo, pero no, al parecer se los había tragado la tierra o el mar. Bertica comenzó a dar los primeros síntomas de locura, un tic nervioso se apoderó de su juvenil cara. Ladeaba la cabeza y torcía la boca hacia abajo, mueca que siempre le acompañó desde aquel entonces. Pero nadie se fijo en ello, ella misma había prohibido que la compadecieran y cuando ella fue a pedir un cuarto donde dormir, le dijeron que podía vivir en la casona cosa que ella negó. Le dieron un cuartucho en lo que siempre fue y ha sido hasta hoy el barrio más pobre de La Loma, allá se mudó a un cuartucho de cinco metros por cuatro, una cocinita pequeña y el baño en el pasillo de aquella cuartería. Allá se fue a vivir contenta, colgó un cuadro de Fidel donde antes se colgaba el corazón de Jesús, era la moda, las paredes se llenaron de cuadros del Ché, de Camilo. Con la cabeza alta empezó a vivir su vida de proletaria, empezó a trabajar en la tabaquería, por las noches en la zona de los CDR.

Cuando los yanquís bombardearon la base aérea, allá fue y hasta por poco la matan. De aquella fiesta revolucionaria le quedó una cicatriz en la cara cuando al explotar unas de las bombas, unos vidrios de una ventana le cayeron encima. No pudo participar en lo mejor de aquel momento histórico porque estaba en el hospital. Cuando salió pidió que la enviaran para Girón, quiso irse a pie si no la enviaban, pero la convencieron que no. Mejor era que se quedara allí en el pueblo combatiendo al enemigo. Allí se quedó para su mala suerte, la isla vivía momentos malos y en una de sus guardias unos maleantes le cayeron encima, la arrastraron hasta un solar y trataron de violarla, cosa que no llegaron a hacerlo pero si le hicieron lo que les dio la gana, la mearon, la desnudaron, la golpearon y hasta le metieron una botella de coca cola por el culo y la encerraron en un tanque donde estuvo hasta que la encontraron, a los dos días, desnuda, vejada, cagada y meada pero virgen a medias porque los tipos no pudieron violarla, solo le desvirgaron el culo con la botella, la infección fue grande y complicada debido al tiempo que pasó desnuda en el tanque. De esto último le vino una infección y que los médicos, que más bien debieron ser veterinarios, se vieron obligados a limpiarla por dentro dejándola incapacitada para tener hijos. Hay gente que afirma que la locura le vino de no poder tener descendencia y de que la vaciaron por completo, de que cuando le venían los vapores de la regla, ella se volvía una fiera.

A ciencia cierta, nadie podía decir el motivo, pero el hecho era que Bertica estaba loca. Una loca que nunca fue ingresada en Masorra, el psiquiátrico como aún se le llama, al principio de su locura servía para algo, le encomendaban trabajos fáciles de realizar, siempre la enviaban a recorridos con alguien, nunca sola. Poco a poco los deberes de Bertica fueron simplificándose a medida que su locura fue avanzando, hasta que la dejaron fuera de todo y sus antiguos compañeros se fueron olvidando poco a poco de ella.

Seguía ella con su tic nervioso, ahora se le había sumado la costumbre de sonar los dedos mientras caminaba. Se paraba en las esquinas y daba discursos sobre la revolución, ya se había convertido en un adorno del pueblo. Pues por cosas del destino, quizás, el pueblo de San Antonio siempre tuvo sus locos famosos y ella pasó a ser uno de ellos. De la pasividad pasó a ser una loca agresiva, a medias, solo a medias. Elegía a su víctima entre la gente que le venía de frente y de sopetón le sonaba una galleta, bien sonada y sonora, eso fue al principio, al pasar el tiempo la gente se acostumbró a ella y sus rarezas. Cierta vez se la llevaron a Masorra y le dieron un par de electro-choques que de nada le valieron, volvió tan loca como antes y hablando solo de la revolución. No se quitaba el traje de miliciana hasta que se le caía roído en pedazos, alguien le regalaba un traje nuevo y así el ciclo continuaba.

La cuartería cierta vez cogió candela, la pobre por poco se quema achicharrada, por suerte los bomberos la sacaron en hombros mientras ella les gritaba: “Hi´o´eputas, contrarrevolucionarios”, entre las risas de todos nada se salvó de aquella cuartería. A ella la metieron en el cuarto de otra cuartería de alguien que se había ido, era un tiempo raro, en los ochenta se había puesto de moda de nuevo el irse para el Norte. La gente escapaba en cualquier cosa. Vino la época de las embajadas, las manifestaciones, el alboroto descontrolado, la cacería de brujas, la tiradera de huevos y ladrillos a los gusanos, los ´80. Bertica se sintió de nuevo en aquel ambiente perdido de los ´60, donde el caos era la ley divina. El pueblo estaba en guerra contra sí mismo, la gente corría a gritarle al vecino o al familiar o al compañero de escuela, el caso era estar en la moda. Era la comidilla y el pánico diario, “grita antes de que alguien te grite”, perecía ser el lema. Traían a los becados de las escuelas en guaguas o camiones a la casa elegida del momento para lanzar ladrillos, huevos y de todo.

Los ´90 llegaron con la miseria institucionalizada, y aquello del “período especial en tiempo de paz”, Bertica en su locura empezó a pasar hambre, ya no había nada que comer ni de dónde sacar dinero. El dólar comenzó a circular y ella en su locura lo supo, y arremetió contra todos los traidores de la revolución. Aquellos años igual se caracterizó por una emigración masiva de orientales hacia las provincias habaneras, cerca del pueblo creció un poblacho de casas de cartón y latas de cinc. Ya vieja y loca, Bertica estaba decrépita, sus blancos preferidos eran los gusanos que para ella podía serlo cualquiera, los negros y los orientales.

Vivía de la caridad de algunos vecinos, si le daban de comer comía, sino, pues nada, vivía como si fuera un perro. Comía por los rincones registrando entre la basura, no se bañaba y apestaba a rayo encendido. Ya casi no tenía pelo, pero los pocos que le quedaban ocultos y mugrientos los ocultaba en la famosa boina verde otrora olivo, que a veces era grisácea o negruzca. Sus últimas locuras era cantar el himno del veintiséis de julio en cualquier sitio, en una cola del pan o en la parada de la Punta de Rosa donde salían todas las guaguas que ahora eran camiones y carretas. Aquella era su tribuna preferida para arremeter contra los negros y los orientales. Y allí le pasó lo peor de su vida, quizá unos hijo de putas quisieron joderla, vengarse o quizá gente pervertida, o lo que fuera, pero desapareció y la encontraron a los cuatro días. Un guajiro en medio de un maizal encontró un saco cerrado de donde salían quejidos y se movía algo adentro, cuando lo abrió salió ella como un perro rabioso, se le tiró encima y lo mordió en una oreja, arrancándosela de un tirón. En fin todo se supo en el pueblo, fue el chisme que entretuvo a la gente por un tiempo.

Al parecer unos reclutas, la finca del guajiro limitaba con la base aérea, se la llevaron y está vez la violaron, se la singaron por delante y por detrás, la golpearon y estuvieron usándola varias veces, así habían comentado los del hospital. Tuvieron que darle puntos por delante y por detrás. No cogieron a nadie y además nadie se iba a ocupar de la violación de una loca, Dios sabe qué provocación hizo para ganarse aquello. Además detener a alguien era imposible pues Bertica en su locura culpaba a cualquiera. La metieron esta vez en Masorra de donde no salió nunca, dicen que murió loca tarareando la marcha del veintiséis de julio:

“ Marchando vamos hacia un ideal,

sabiendo que hemos de triunfar,

en aras de paz y prosperidad....

tra-la-la-la-la ...

¡Adelante, cubanos!

que Cuba premiará nuestro heroísmo,

pues somos soldados

Tra-la-la-la-la...”

Alberto Torres Fernández

Riga, 11 de abril de 2003

miércoles, 25 de marzo de 2009

Las nubes (cuento)

Las nubes


Un buen día amaneció nublado, fue un presentimiento, y esto fue interpretado por Erminio Hachamarrete Rodríguez como un símbolo supremo, se tiro de la cama lo más rápido posible y sin desayunar salió a la calle a ver los resultados de aquel raro fenómeno. La gente iba de un lugar a otro como si nada pasara, se imaginó que había tenido suerte de ser el primero en la isla en percatarse de ese cielo nublado. Caminó un poco pero decidió que sería mejor regresar a su casa y preguntarle a su mujer que le había preguntado intrigada adonde iba. Cuando llegó a la casa Nieve Eugenia no estaba y esto le pareció más raro, pues solo había ido hasta la esquina y regresado. “_Nievecita, Nievecita...¿dónde estás, cielito mío”, la llamó una y otra vez pero la casa estaba vacía. Muda. Salió al portal y miró al cielo nublado. Comprobó que habían nubes que volaban hacia el sur y otras hacia el norte y hasta alguna que otra hacia el oeste y el este. No era un remolino, las nubes flotaban en silencio en un caos total.

Se asomó al muro del patio de los vecinos, pero allí no había nadie. Esos vecinos siempre estaban en el patio, sobre todo el viejo retirado que siempre estaba martillando algo. Allí estaba el martillo y una caja pero el viejo no estaba. La angustia se apoderó de su garganta, se sintió abandonado en medio de tanta desdicha y sin saber qué hacer. Se detuvo un momento a pensar que si al levantarse y ver el cielo nublado y lo hubiera comentado con su mujer, todo hubiera sido diferente, pero ya había comenzado el día de ese modo y tenía que encontrar una solución a ello.

Alguien llamó a la puerta, fue a abrir y allí estaba Nieve Eugenia, con el litro de leche y la barra de pan bajo el brazo. Había ido a la bodega y ni le había dado tiempo a decirle nada. En ese momento empezó a oírse el martillar del vecino. Corrió al muro y allí estaba el vecino que levantando la cabeza lo saludó con un “¡Qué hay!”. Regresó a la cocina y ya estaba el café y el pan en la mesa para que desayunara. Desayunó despacio y vio desde la cocina que el cielo estaba azul y limpio, sin nubes. Se asombró y salió de nuevo a la calle para ver que las nubes grises seguían merodeando por el cielo sin rumbo, se quedó mudo, entró a la casa y desde la cocina vio que el cielo era tan azul y despejado como el de una postal. Salió al patio y no vio nada, solo el cielo azul. Corrió a la calle, las nubes se burlaban de él. Gritó de miedo.

Nieve asustada corrió a su lado, él estaba en el suelo agarrado de la puerta, pálido como una hoja de papel y tembloroso. La esposa trató de calmarlo, lo arrastró literalmente hasta la cama, lo acostó y le puso el termómetro bajo el brazo. Le asustaba el aspecto que tenía Erminio, los ojos desorbitados por un miedo a un algo inexistente y los labios apretados para impedir que saliera ese grito de pánico. Al principio pensó que el desayuno le habría caído mal, que la leche habría tenido algo o la mantequilla, pero ella había desayunado igual mientras preparaba el desayuno y bueno, no sentía nada. Por fin Erminio abrió la boca y exclamó: “_¡El cielo está nublado!”. Para Nieve aquello era algo raro, le tocó de nuevo la frente sudorosa. “_¡Qué dices, mira por la ventana!”, ella miró, el cielo azul de siempre, y él musitó: “_No, ese cielo no..., el de la calle”. Nieve no daba crédito a lo que escuchaba pues no veía ninguna diferencia entre el cielo del patio y el que se veía desde las ventanas de la casa y el que había fuera de la misma.

A insistencia de Erminio salió al portal. No vio nada anormal. Regresó junto a su marido que había escondido la cabeza bajo la almohada. Pensó que el asunto era harto grave y que sería mejor llamar al médico de familia para que lo viera o llamar a la ambulancia, prefirió salir y buscar al médico de familia que tenía su consultorio en una casa en al acera del frente. Paposito, así le decían al médico, llegó pronto pues Nieve le había dicho que su marido estaba muy mal.

Erminio se dejó revisar, el médico no encontró nada anormal y en la cocina le dijo a Nieve que seguro era el cansancio, que le recetaría unas pastillas para calmarlo. Ella al leer la receta comentó: “_Pero, doctor, esto no lo hay en la farmacia, está en falta”. La reacción del médico fue lógica: “_¿Cómo lo sabes?, ni siquiera has ido a la farmacia”. Era verdad, pero ella estaba segura que en la farmacia no había nada, desde hacía años la farmacia parecía una ruina inca, los estantes vacíos y los vidrios rotos. De todas maneras se puso el pañuelo sobre los rulos y salió a la farmacia. Ya desde la esquina vio la cola, pero por suerte era para las íntimas, se alegró que había llevado el carné de identidad, la libreta de abastecimiento y dinero, se puso en la cola para al menos coger un paquete. Al principio la cola caminaba bien, hasta que una muchacha empezó a discutir con la dependienta y aquello no parecía tener fin. Cuando le faltaban tres personas se acabaron los paquetes de íntimas, de todas maneras le extendió la receta a la dependienta que sonriendo le dijo: ¿_Mi´ja, eso no lo hay en ningún sitio, ni siquiera en el psiquiátrico, olvídalo”.

Regresó directo al consultorio del médico de familia, tuvo que esperar un poco porque Paposito estaba atendiendo a un fulano que no era del barrio pero que siempre venía por la mañana o por la tarde a atenderse no se sabía que dolencia, por suerte el médico dejó al paciente adentro y salió a la sala. Ella le repitió lo que la dependienta, él sonrió y le dijo: “_Mira, coge una aspirina, la partes en dos y le dices que es un diacepán y ya”. Ella regresó a la casa pensando el porqué no se le había ocurrido eso antes. Pasó por el cuarto donde estaba Erminio pálido y con los ojos cerrados, fue a la cocina, y regresó con la aspirina y un vaso de agua. Erminio no protestó y se quedó dormido en el momento. Ya en la cocina de nuevo pensó que a Erminio siempre le caían mal las aspirinas por lo de la gastritis, corrió a casa de una vecina y le pidió un pomo de alucil para darle una cucharada, la vecina le dio la cucharada y ella despertó a Erminio que sin decir palabra abrió la boca y tragó el alucil. Después murmuró: “_¿Cómo está el cielo?”, ella le dijo que como siempre, que en esa isla el tiempo era siempre como en el paraíso. Él al escuchar se hundió en la almohada sin esperanzas de salvación.

Por suerte Nieve ese día lo tenía libre, había doblado el día anterior en la fábrica de abonos y no tenía que ir al trabajo, podía cuidarlo, eso sí pensó que había que avisar al trabajo de Erminio que era portero de la funeraria. Fue a casa de la vecina y llamó a la funeraria. La administradora Rosa, le dijo que no se preocupara que ya resolverían y que pasaría por la casa después.

A la hora del almuerzo Rosa vino a ver a Erminio que estaba con los ojos fijos en el techo muy pálido y a cada pregunta respondía “_Las nubes, las nubes”. A Rosa no le gustó aquello, trató de bromear diciendo que en abril el cielo nunca se nublaba en la isla, pero ya en la sala le dijo a Nieve: “_ Mira, chica, no sé, pero no me gu´ta na´ e´to, yo en tú lugá iba a un babalao pa´ que lo consulte..., porque ya sabes..., él trabaja en la fune´aria y...., bueno, pue´e ser un muelto que se le haya subi´ó”. Terminó recomendándole a Tinajita, el babalao que vivía en las afueras y que era el padrino de Rosa. Nieve no practicaba eso, pero de todas maneras nada se perdía, además como con Paposito no había resuelto pues ya, allá fue. Por unos veinte pesos Tinajita vino a la casa, lo miró y cayó al suelo en trance. Incluso Nieve se asustó, al cabo del tiempo volvió en sí diciendo: “_E´to e´muy grave...”, abrió un bolso que traía y sacó algunas cosas, caracoles, hilos, una maraca de colores, encendió un tabaco y empezó a echarle el humo por el cuerpo a Erminio que nada decía, mientras Tinajita rezaba, mandó a Nieve a traer una gallina negra para hacerle una limpieza y por suerte en el gallinero del patio había una.

Tinajita agarró el animal, lo pasó por el cuerpo de Erminio y de un mordisco le arrancó la cabeza y rodeo la cama de la sangre del animal, le pintó tres cruces con sangre en la frente y le grito: “_¡Hi´de´puta, levántate!”. Erminio se levantó quizá más muerto de miedo que otra cosa, ¿_¿Qué bu´ca en e´te cuelpo?”, preguntó el babalao y Erminio respondió: “_Las nubes, las nubes...”. Nieve empezó a llorar. El brujo le explicó que la cosa era peor de lo que imaginaba, que veía una sombra cerca, muy fuerte que era el espíritu de alguien potente y que al parecer no quería dejarlo en paz, continúo diciendo que no estaba en condiciones de enfrentarlo solo, que volvería por la noche con Machucha, la madrina de él, ella estaba en el trabajo en la fábrica de especias, pero que por la noche vendrían los dos, que no limpiara la sangre ni dejara a Erminio salir del círculo de sangre, que eso lo resguardaría un poco.

Nieve estaba más que aterrada, quería limpiar la sangre pero temía por su marido. Llamó al hospital, vino la ambulancia y el médico aterrado por aquel aspecto del dormitorio, ordenó llevarse al enfermo. Se lo llevaron, ella lo acompañó, le hicieron radiografías, le tomaron análisis de sangre, la presión pero todo daba normal. Le inyectaron un calmante y lo mandaron para la casa pues en el hospital no había camas disponibles en ese momento y además no parecía tener nada grave.

A las ocho estaban Tinajita y la Machucha en la puerta, le dijeron que se quedara en la cocina, que no entrara pues cuando le sacaran el muerto de encima, éste podía encarnásele a ella, mientras todo eso pasaba ella tenía que tener un rosario en la mano y morder un ajo en cada carrillo. Hubo gritos, ruidos y ella preocupada, cubos de agua, risas, llantos y golpes. Al cabo de una hora y media, entraron en la cocina los tres, Erminio sonreía, fue y la abrazó y le dijo en forma de broma: “_¡Coño, que peste a ajo tienes!”. Se lo decía o preguntaba, ella escupió los ajos y lo besó, Erminio fue al refrigerador para comer, tenía un hambre tremenda y ella acompañó a los otros dos a la sala, el cobraron poco, cien pesos y le dieron algunas recomendaciones y que Erminio tenía que hacerse de un amuleto que lo resguardara, le dejaron uno por cien pesos más.

Ella regresó a la cocina, allí estaba Erminio comiéndose un plato de fréjoles blancos con coles, sonreía. Ella limpió el cuarto, la sangre y todo. Esa noche durmieron como benditos, Erminio la poseyó como nunca, con fuerza bestial y amanecieron abrazados. Por la mañana él salió al patio desnudo, ella se asombró y él la llamó a su lado, empezó a tocarla y quería hacerlo allí mismo. Ella protestaba pues los vecinos de los altos podían verlos. Lo arrastró a la cocina y allí le permitió aplacar sus fueros. Ella cayó medio muerta de cansancio, él se vistió aún con la erección y ella asombrada. En la puerta le dijo: “_¡Qué buen día hace hoy!, me encantan los días soleados!” y salió rumbo al trabajo bajo la llovizna.


Alberto Torres Fernández

Riga, 31 de marzo de 2003

Dos tipos de cuidado



"Dos tipos de cuidado", una de las escenas clásicas del cine de oro mexicano interpretado por los mejores Pedro Infante y Jorge Negrete.
DOS TIPOS DE CUIDADO (COPLAS)

La pelicula Mexicana "Dos Tipos de Cuidado" tuvo un gran exito. Fue
protagonizada por los charros-cantantes de mayor exito en la historia
del Cine Mexicano...Jorge Negrete y Pedro Infante.

En una escena de la pelicula "Dos Tipos de Cuidado" Pedro Infante y
Jorge Negrete cantan coplas desafiandose uno al otro...

Pedro Infante canta:

La gente dice sincera
cada que se hace un casorio
Que el novio que entre la quiera
Si no que le hagan velorio.

Para esta novia no hay pena
puede ser un buen marido
Por que Bueno es cosa buena
por lo menos de apellido.

Jorge Bueno es muy bueno
hijo de Bueno también
y tu abuelo hay que bueno
que se llamara como él.

Jorge Negrete responde:

Procurare ser tan bueno
como dice mi apellido
Que se trague su veneno
el que velorio ha pedido.

Pedro es Malo de apellido
retachar es su cuarteta
El nomás es presumido
por que no es Malo...es maleta...

Pedro Malo es muy malo,
malo por obligación,
y su abuelo...uy que malo
hay que comprarle su guión.

Pedro Infante responde:

En una mañana de oro
alguien nublaba el paisaje
eran un cuervo y un loro
arrancándose el plumaje.

Hay que olvidar lo pasado
y la culpable es la suerte
que bueno y malo mezclado
en regular se convierte.

Yo soy Malo no lo niego
pero quisiera mezclar
malo y bueno, lo quitado
algo que sea regular...

Jorge Negrete contesta:

Y ese alacrán de carroña
un colmenar visitaba,
para ver si la ponzoña
con la miel se le quitaba.

Como no será lo bueno
para el placer del malvado...
con la miel y su veneno
ahi anda el pobre purgado.

Que lo entienda y lo entienda
si es que lo sabe entender
y si acaso no lo entiende,
hay que obligarlo a entender

Pedro Infante le contesta:

Te consta que no soy tonto
como tú... lo has presumido
Tonto no... si entrometido
por el hambre de amistades.

El hambre siempre la calmo
con el manjar del amigo
Mendigo es si no mendigo
el que roba a sus amigos.

(Negrete).- Tú lo dices

(Infante).- Lo sostengo

(Negrete).- No te vayas a cansar

(Infante).- No le saques*

(Negrete).- No le saco*

(Infante).- Pues se acabo este cantar...

Nota: *no le saques= no tengas miedo...

martes, 7 de octubre de 2008

Cuando nace un río

Cuando nace un río

El mismo día de la boda, cuando los invitados estaban en pleno festín y la música escandalizaba el vecindario, en medio del patio apareció un pequeño charquito de agua limpísima que brotaba de un pequeño agujero. Al principio nadie se percató de ello ni le prestó atención pues qué podía significar un pequeño charquito de agua en medio del patio.

Ya por al tarde el charquito había crecido lo bastante como para que alguien se percatara y llamando a María le dijera: “_Mira, al parecer se ha roto una tubería”. María le respondió que era difícil que por allí pasara alguna que otra tubería y no se le prestó más atención a aquel fenómeno.

A la mañana siguiente el agua había inundado los bajíos formando un pequeño laguito y un riachuelo se extendía apurado hacía las zonas más bajas del patio. María que fue quien salió primero al patio a poner las almohadas al sol, lo vio, pensó que la cosa parecía más seria de lo había pensado. Llamando a su marido que envuelto en las sábanas se asomó a la ventana y con los ojos soñolientos y quizá con la resaca queriéndole reventar la cabeza exclamó: “_¡Coño y esto qué carajo es!”. Salió al patio descalzo y se paró al borde del laguito de agua transparente y frío, haciéndose la misma pregunta que ayer la vecina había dicho a María. “_El agua sale de allí”, dijo señalando hacía el lugar donde la superficie se deformaba al brotar el agua y seguido empezó a acercarse. “_Ten cuidado, Manuel, tú no sabes qué hay ahí y va y te hundes”, le atajó su mujer.

Manuel se acercó con cuidado para ver un pequeño orificio en la tierra de donde salía el agua. No le gustaba aquello porque si seguía así el agua pronto llegaría al platanal, aunque no le vendría mal aquella irrigación pero para las papas y los fréjoles habría sido fatal tanta agua. “_¿Qué podrá ser?”, le preguntó María y él “_Pues ni idea tengo, al paso que vamos tendremos que sembrar arroz”, se aventuró a bromear aunque le preocupaba bastante aquel río en medio del patio.

Por la casa pasaron los familiares por turno, los vecinos y amigos y cada cual con su opinión sobre lo qué era y sobre lo qué era necesario hacer, pero el agua seguía saliendo a por botones, el lago ya había abarcado un tercio del patio, el sembrado de papas ya se perdía bajo el agua y los fréjoles empezaban a recibir aquella masa líquida.

Checha la del comité dijo que había que llamar al acueducto pues como el agua era tan cristalina, que no cabía duda alguna de que era de alguna tubería rota y de agua potable. Claro, no era agua de canalización, era limpia, las palomas volaban para beber y bañarse, los patos que antes estaban relegados a una tina sucia y mugrienta, se mostraban felices y hasta el gato Misifiú había llegado para dar lengüetadas apáticas a aquel lago. Un amigo dijo que seguro era el manto freático que había subido por las lluvias pasadas aunque aquello movía a risa pues estaban en abril, el mes más seco y no caería ni una gota de agua hasta mayo si Dios quería; terminó prometiendo llamar a la oficina de recursos naturales. Uno de los vecino que era testigo de Jehová se lanzó a proclamar la llegada del Armagedón, vaticinando la hecatombe mundial y salió apurado a informar al dirigente de esa secta. Lurdes, la tía de María que era una católica ortodoxa se lanzó corriendo la la iglesia del pueblo para informar al cura de la aparición del arrollo milagroso capaz de curar las dolencias.

Cada cual con su hipótesis de lo ocurrido y el misterioso río seguía creciendo, sí ya era un riachuelo pues el lago que abarcaba el bajío del pato empezaba a alargarse si el agua avanzaba poco a poco. El pueblo bullía de curiosidad. Por la casa de Manuel y María desfiló el pueblo en totalidad con la intención de ver el río de Manuel y María, casi ya se le llamaba así. Los niños jugaban en su orilla poco profunda, realmente no era profundo pero nadie se había aventurado a meterse hasta el mismo centro por miedo a hundirse pues todos sabían que aquella región estaba llena de cuevas.

Ya al segundo día el riachuelo había salido del patio de Manuel y María, dejando en el patio un lago bastante grade y dos islotes, uno coronado por el platanal y otro por la casucha de las palomas. El agua había salido y rodeado la casa y seguía por un costado de la calle, inundando de humedad y vida el seco callejón que era la calle principal del pueblo. Sus orillas habían reverdecido, unas pequeñas florecillas blancas adornaban sus orilla y cuando los dueños de la casa se asomaron a la ventana del cuarto, vieron la casa reflejada en aquel espejo irreal. Habían crecido juncos a la orilla, garzas blanca habían llegado de no se sabía donde, las libélulas y las mariposas revoloteaban, las golondrinas llegadas con tanta anticipación volaban al ras del agua para ablandar la arcilla y hacer sus nidos. Se abrazaron porque se sentían felices.

Salieron de su felicidad cuando los gritos de los vecinos que los llamaban se hicieron cercanos. El río había ocupado el callejón dividiendo el pueblo en dos, seguía recto hasta la iglesia y en la misma puerta giraba a la izquierda y seguía para formar un lago en los límites del pueblo. Todos estaban admirados cada cual según su punto de vista, pero quién estaba a más no poder era el cura que tocaba las campanas para bendecir el río recién nacido por obra y gracia del Señor aunque ya algunos se oponía diciendo que no había milagro alguno que aquello era un fenómeno natural y otros que aquello era una rotura de una tubería del acueducto que iba a la capital. Por suerte era domingo y nadie hizo otra cosa que ver el río nuevo, ya había dejado de llamarse “de Manuel y María”, ahora era el río Nuevo, ya al atardecer había roto a correr hacía el norte, hacia la costa. Esto último fue visto como un buen presagio por los contrarios al régimen que empezaron a regar el chiste “que hasta el agua se quiere ir del país”.

Los del acueducto dijeron que por allí nunca había pasado ninguna tubería y que era imposible, que seguramente habría que llamar a los del Instituto de Geología e Hidrografía que ellos podrían dar una respuesta a aquel fenómeno. Por la noche el presidente del poder Popular del pueblo reunió a todos para dar cierta explicación a lo que pasaba aunque a ciencias ciertas no comprendía nada del asunto. Empezó a divagar de un tema a otro tratando de calmar a todos, y de echar por tierra aquellas supersticiones fantasiosas que el cura y los beatos propagaban o las descabelladas teorías del fin del mundo que los testigos de Jehová veían en ello. “_Lo impoltante e´que e´te río va a trae´ fertilidá a nuestrá tierras y que en definitiva vamo´a resolvé nuestro problemas con el agua...”, al menos a ojos vistas era real que el pueblo había cambiado en dos días, la árida tierra roja se había convertido en un césped verde, de una intensidad que seguramente desde el cosmos se vería como una luz verde en medio de aquella sabana seca y roja.

Alguien levantó la mano para opinar y lanzó, quizá sin querer la manzana de la discordia: “_¿Y cómo vamos a llamar al río”. Aquella pregunta fue seguida de un silencio total, pesado que se podía cortar a machetazos. Y de pronto empezó la algarabía total, cada cual quería darle un nombre según su pensar y así aparecieron propuestas como: “río del Patio de María”, “río de Manuel y María”, “río Nuevo”, “río del Santo Pastor”, “río 40ª Aniversario de la Revolución”, “río Rubén Martínez Villena”, “río Lázaro Peña”, “río de Puercamuerta” y un largo etc. Por suerte alguien dijo que aquello había que discutirlo con los de Cartografía e Hidrografía que eran los encargados de registrar los ríos. Todos parecieron calmarse.

Al día siguiente unos vecinos ya habían empezado a construir unos botes para irse de pesca al mar, claro que esa misma tarde vinieron unos policías y les decomisaron los botes con el pretexto de que no tenía permiso para usar ese tipo de transporte aunque en realidad era para evitar que se fueran para el Norte, acción risible pues todavía el río no había tocado la costa.

Alguien corrió la voz que había que represar el río pues en cuanto tocara el mar, pues éste se metería tierra adentro y la sal podría acabar con el suelo y los cultivos. Y allá se fue un grupo de entusiastas a hacer una improvisada represa a unos cuantos kilómetros del pueblo. Otros trajeron de no se sabe dónde unas bicicletas acuáticas y empezaron a alquilarlas, a las orillas apareció una cafetería, que más bien era un quiosco pero tenía un aspecto romántico al lado de aquella agua cristalina.

Manuel y María por primera vez se metieron en el agua a bañarse, habían esperado al mediodía cuando el calor arreciaba. Entraron temerosos pero ya adentro empezaron a sentir un bienestar indescriptible, la risa inundó el patio que era ahora un lago, nadaban como si fueran niños. Los vecinos vinieron y se unieron a aquel baño y cuando la comisión que especialmente había venido de la cabecera del municipio entró en el patio vio que las orillas se habían convertido en una playa, que la gente nadaba, jugaba en el agua, tomaba el sol o jugaban con pelotas. Para la comisión fue una sorpresa porque siendo lunes y día laboral aquella gente estaba allí. Tampoco la comisión vio con buenos ojos el quiosco y las bicicletas acuáticas y mucho menos que el río se dirigía hacia la costa norte y ni que decir que pasaba por delante de la iglesia donde ya habían crecido algunas cruces, detrás de la iglesia habían aparecido ofrendas a Yemayá y otros santos de la brujería y para escándalo los testigos de Jehová se bautizaban en plena calle metiéndose con sus ropas negras en el agua. Esta comisión trajo otra, los hidrógrafos dijeron que era un simple manantial que podía desaparecer tan pronto como había aparecido y se fueron prometiendo estudiar el caso.

Los del acueducto nacional llegaron, trayendo unos buzos que se sumergieron en el lago del patio de Manuel y María para investigar las posibilidades de poner una planta para extraer agua y aunque los dueños se opusieron sus opiniones no contaban, llegaron camiones con materiales y tubos, grúas y el trabajo comenzó. La casa de las palomas fue tumbada y allí pusieron la planta, aquel motor Diesel que enseguida empezó a soltar querosén, pero ellos calmaron a los vecinos que eso era solo al principio que después el agua correría limpia.

El presidente de la cooperativa desvió el río hacía los depósitos de irrigación para así ahorrarse electricidad en bombear agua de la tubería nacional. La represa no dio resultado y allí quedaron los tubos, postes de madera e hierros.

Por el lado de la casa de Manuel y María pasaron unas tuberías enormes y la planta empezó a funcionar, toda la noche estuvo como rugiendo sin dejar dormir a nadie, a la mañana siguiente después de un ronquido infernal dejó de funcionar y cuando los vecinos se acercaron vieron la mancha multicolor de combustible navegando sobre el lago, donde flotaban muertos algunos peces. Los del acueducto vinieron a eso de las cuatro, trataron de arreglar algo y solo de noche consiguieron que aquel monstruo comenzara a bramar de nuevo. El río apestaba a querosen, el pueblo se llenó de ese olor rancio y alguien dijo que sería bueno prenderle fuego para acabar con el combustible, otros dijeron que eso convenía para matar así a los mosquitos. La planta no funcionó toda la noche, se rompió echando chispas.

Los vecinos se cansaron de llamar a los del acueducto para que arreglaran aquello, pero nadie llegó, el agua olía mal, tenía ya un aspecto grisáceo y por efectos de la represa el agua se acumulaba y empezaba a inundarlo todo. Las primeras casa en desaparecer fueron las cercanas al patio de Manuel y María, la iglesia quedó en un islote así como la escuelita rural que se convirtieron en refugio de los pueblerinos.

El ejército llegó en aparatos todo terreno y evacuaron el pueblo hasta que se arreglara la situación. Los llevaron a una escuela en el campo para que vivieran allí y allí pasaron un mes, cuando un buen día los volvieron a meter en transportes y los llevaron al pueblo de donde los habían sacado. Ya no había ni lago ni río, la tierra estaba cuarteada, la iglesia estaba derrumbada según la explicación los fundamentos no aguantaron y se vino abajo. Regresaron casi todos, excepto los testigos de Jehová que no regresaron nunca más. La casa de Manuel y María estaba allí, en el patio que apestaba a combustible no crecía nada, en el lugar del platanal las ruinas de un motor sucio.

Por las calles cuando el viento soplaba se levantaba nubes de polvo rojo que se elevaban y caían para cubrirlo todo lentamente. Pasó el tiempo, la normalidad llegó al lugar, la rutina y casi se habían olvidado de lo sucedido. Solo que cuando María y Manuel tuvieron su primer niño en la fiesta de la casa, en medio del patio comenzó a brotar el agua de nuevo, pero Manuel corrió junto con otros vecinos y taponearon el ojo de agua, era mejor precaver que tener que lamentarse después.

La fiesta continúo toda la noche, Manuel no perdía de vista aquellas piedras para ver si salía el agua o no. El riachuelo no apareció, al parecer la naturaleza había comprendido lo inútil de su afán de verdear aquella árida tierra.

Alberto Torres Fernández

Riga, 28 de marzo de 2003