viernes, 27 de marzo de 2009

La tragona

La tragona

Un buen día el barrio se despertó por los gritos que provenían de casa de Barroso, el presidente del comité, unos berridos tremendos a los que se añadían los de la madre y el padre y los hermanos pequeños que lloraban. Algunos vecinos se asomaron a las ventanas y otros en camisetas o batas de dormir se llegaron hasta el portal para preguntar. Vino la ambulancia y se llevaron a la hija mayor, Rosalinda, el padre fue con ella. La gente se retiró comentando que eran dolores de parto, algunos habían visto manchas en la saya de la chica y aseguraban que ya se había roto la fuente. Incluso ya en las camas comentaban los vecinos que cómo era posible, no se le había notado barriga alguna, además era casi una niña, con sus dieciséis años, claro la muchacha se daba unos agarres con su novio que era de esperar ese resultado. Otros preferían comentar que seguro que el novio la había poseído y que tal vez la había desgarrado, en fin las murmuraciones fueron amplias y de todas las índoles. Pero al otro día, ya al medio día para más precisión, el barrio sabía lo pasado, pues Teresita que trabajaba en el cuerpo de guardia del hospital, se había encargado de regar la noticia. Rosalinda fue ingresada con una infección vaginal debido a que estuvo masturbándose con una pila y al parecer la pila se le quedó adentro, la muchacha temió decírselo a los padres y había preferido esperar al otro día y bueno, la pila se le reventó dentro de la vagina provocándole una peritonitis aguda.

Aquello cayó como una bendición en el barrio, la gente solo comentaba de Rosalinda en la cola de la bodega, de la carnicería, en la barbería, en la esquina junto al quiosco de periódicos. Claro que cuando veían a los familiares, se callaban y sonreían como diciendo: “lo sabemos todo”. La madre no puso un pie en la calle y se decía que de la vergüenza. El novio cuando se enteró vino, corriendo y asustado y al llegar a la casa de su novia, le esperaba el escándalo del siglo. El hermano mayor de Rosalinda, El Bofe, le decía así porque era insoportable, le cayó a golpes al verlo y allí se enredaron a piñazos en el portal. Por suerte los vecinos los separaron, los padres de Rosalinda y el Bofe, se llevaron adentro al novio. La gente decía que para pedirle que lavara el honor de la hija y así fue, Casimiro, el Patón le decían, se casó con Rosalinda.

_ ¡De verdad que es un hombre de palabra!.- decían en el barrio.

Rosalinda salió a la semana del hospital, estaba demacrada y apenada, y la gente pasó de la compasión al sarcasmo cruel: “hubiera sido mejor un pepino o un plátano burro”, “que me lo hubiera pedido a mí, yo le hubiera hecho el favor”, “oigan, lo que esa niña tiene ahí, es mucho, es una aspiradora”, “pero, miren que tragona...” y fue así como dejó de llamarse Rosalinda, para empezar a llamarse La Tragona, en alusión a aquel suceso que la marcó de por vida, pues la infección provocada por la dichosa pila, la había afectado por completo y aunque no tuvieron que vaciarla, era probable que no pudiera tener hijos.

Pero así y todo el Patón se casó con ella, muy en contra de su familia. La cosa ardió pues el día de la boda, los padres del novio no fueron y el juró que habían muerto para él. Se vino a vivir a casa de Barraso, que al menos se sentía más aliviado. Casimiro era piloto de avionetas, un Antonov destartalado que usaban en la cooperativa Héroes del Moncada para fumigar y esto dio más material al vecindario para comentar.

_ Oye, que no fue la pila ni na´de eso...La cosa es que el Patón tiene la pinga radio activa.- decía Odalys, la negrita de pasas rebeldes en la bodega.- Trabaja con pesticidas y eso sí que e´peligrosísimo.

_ ¿Tú crees?

_ Mira, to´o el mundo lo sabe. La gente que trabaja con pesticidas, se quedan jorros.

_ ¡Ay, pue´son jorros al doble!.- dijo Guanasinda y la cola se rió.

Desde aquel entonces a la Tragona y al Patón, les llamaban Los Jorros y hasta hubo quien propuso hacer una apuesta a ver quien era más jorro, ella o él. La gente es muy maliciosa y le encanta el dolor ajeno. En lo que dependía de Rosalinda y Casimiro, pues nada, al parecer eran felices, el tenía trabajo en la cooperativa y allí se le pegaba de todo, en aquella casa siempre había viandas y frutas, carnes y huevos, nada que estaban bien pues el resto del vecindario estaba en el hambre del momento (bueno, en Cuba el asunto del hambre ha sido permanente).

Rosalinda entró a trabajar en la guarapera que estaba en la Placita, allí antes había una carnicería, pero con el asunto de la caída del muro de Berlín, pues la carne se convirtió en un fantasma, en algo invisible. Allí pusieron una de esas máquinas que exprimían las cañas y sacaban el guarapo, que vendían con hielo. Una bebida muy refrescante y que el saber popular le atribuía ciertas cualidades. Los compradores en general eran hombres pues según se decía, el guarapo daba leche y para un buen cubano, el eyacular con abundancia era símbolo de la mayor hombría y virilidad. Ahora la gente comentaba que la Tragona le llevaba al Patón los litros de guarapo y que éste tomaba guarapo en el desayuno, el almuerzo y la comida, se corría la bola de que el Patón se venía como un toro, que echaba un litro de leche. Solo que era una leche envenenada, capaz de cegar a cualquiera, que si caía en la sábana era como el ácido sulfúrico y que la única vagina capaz de recibir aquel lechazo, era la vagina atómica de la Tragona. El barrio había olvidado las cotidianidades para dar rienda suelta a la imaginación y a los rumores.

Odalys, la negrita quimbá, hizo una apuesta de llevarse a la cama al Patón para ver si de verdad eyaculaba tanto. Ella no ganaba nada en ello, lo hacía porque ella era una enferma a un buen lechazo y siempre en la cola de la bodega daba los detalles del negro de turno que tenía por marido. Incluso cuando le dio la conjuntivitis a todos les dijo que fue un lechazo de Chucho, el marido de aquel entonces. No le costó trabajo sonsacar al Patón, pues ella aunque era una negrita quimbá, con cuatro pasistas rebeldes en la cabeza, tenía un buen cuerpo y fama de gozadora y pervertida. El barrio ardió en regocijo cuando el Patón entró en casa de Odalys una tarde bajo un tremendo aguacero y salió a las dos horas, medio asustado de que alguien lo viera. Al otro día se repitió la visita, y al otro, y la negra en alza, se pavoneaba de que había vuelto loco al blanquito.

_ ¡Oye, mi´ja, y la pinga del mi´mo tamaño de la pata! ¡Por eso le dicen el Patón!.- decía ella sin recato alguno.- ¿Y leche? ¡Ay, Dio mío! ¡Na´de na´, pa´comé y pa´llevá!

La gente iba a la cola de la bodega con el mismo entusiasmo con el que se sentaba a las nueve delante de la tele para ver la telenovela brasileña, el morbo estaba por las nubes. Pero tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe. La Tragona se enteró, alguien le fue con el chisme o ella misma se lo olió, pero la cosa fue que estaba a la caza, espero a que entrara el Patón a la casa de Odalys para dar el escándalo, todo un mitin de repudio y estaba gritándole “negra puta” cuando el Chucho doblaba la esquina y el espectáculo tomó un giro inesperado, pues Rosalinda le explico en gritos que la mujer de él se estaba templando a su marido. El negrón echó abajo la puerta con el hombro y entró como un ciclón, el Patón quiso salir por la ventana pero allí lo cogió a piñazos limpios, le daba con toda su fuerza de cabrón y lo insultaba. La Tragona se agarró a golpes con la negrita quimbá, le daba piñazos por las tetas y Odalys le alaba los pelos. En fin, alguien cansado del espectáculo de folclore, llamó a la policía. Cargaron con todos, excepto con el Patón que se lo llevaron para el hospital ensangrentado y dando gritos.

Hubo un juicio popular, aquellos que estaban de moda, un juicio abierto en cualquier parque, los acusaban por escándalo público, allí estaba el negrón orgulloso, Odalys con esa desfachatez que le caracterizaba, Rosalina apenada y Casimiro con un brazo, el tórax y una pierna vendadas, pues el negro le había dado duro. Tenía partida tres costillas, el brazo por dos partes y una pierna, además de contusiones en la cabeza y un sin número de hematomas. Aquel juicio realmente era una payasada de moda en la isla, multas y amonestaciones y “calabaza, calabaza, cada uno para su casa”.

Odalys no siguió con el Chucho, éste se fue de la casa. El Patón se quedó sin trabajo porque con esas roturas y golpes, pues no podía ser piloto, empezó a trabajar en la floristería que estaba al lado de la guarapera, haciendo coronas para los muertos, un trabajo suave. Todo parecía haber cogido su cauce normal hasta que parió Odalys, una niñita casi blanca, preciosa mulatica, y que fue la chispa que desató el nuevo capítulo. Pues la gente veía en la cara de la bebé el rostro de Casimiro, que eran igualitos, más bien “caga´os” y todos esperaban ya el comienzo de la segunda parte de la telenovela. Odalys cuando salió fue directo para la floristería para que el Patón asumiera su papel de padre e inscribiera a la niña, y claro como la Tragona estaba al lado en la guarapera, pues allí mismo empezó el jaleo. Por suerte Barroso los metió a todos en una habitación para hablar sin gritos ni policía.

Odalys quería que Casimiro inscribiera a la niña, que le diera los apellidos, esto traería como consecuencia que tendría que pagar una pensión a la niña, Rosalinda decía que si él aceptaba ser el padre de esa mulatica, pues que se fuera a vivir con los negros esos y Casimiro decía que era imposible que fuera de él, que todo el mundo decía que era jorro y que además ella, Odalys, tenía su marido, que él había sido un amante ocasional y sin compromiso. Y el escándalo de nuevo, los golpes y la policía.

Esta vez la cosa fue en serio, a Odalys le metieron una multa y seis meses de arresto domiciliario, pues ella fue la que provocó a los demás. Casimiro tuvo que reconocer a la niña, inscribirla, ponerle su apellido y mantenerla. Con tanta prueba se supo que no era jorro, que la única jorra era Rosalinda. Cosas de la vida que la Tragona vio a su manera, “un bollo ala mucho, y un hijo más”, decía ella y empezó a maquinar algo.

Rosalinda le propuso a Odalys las pases y que como ella tenía tantos problemas y eran tantos, que ella podía encargarse de la niña, que además así crecería junto al padre y en el mismo barrio. La otra se tomó su tiempo, y a la semana Rosalinda, ya estaba sentada en el portal meciendo a la niña que le había puesto Tanya. Y la calma volvió a reinar en el vecindario por un tiempo, pero eso es otra historia.

Alberto Torres Fernández

Riga, miércoles, 07 de mayo de 2003

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