viernes, 27 de marzo de 2009

Bertica

BERTICA

En el barrio todo el mundo conocía a Bertica, La Loca, pues de verdad que estaba chiflá, quemá; pero según cuentan ella antes no era loca. Se volvió loca un buen día allá por el sesenta y cinco, quizás. Cuenta la gente mayor que era una muchacha normalita, porque siempre fue tan flaca como ahora, tenía el pelo rubio, natural y tenía su encanto, pero cogió la revolución con mucha fuerza y se quemó, se le secó el coco. Tendría unos diecinueve años cuando vistió la saya negra y la blusa roja al correrse la noticia del triunfo, fue una de las primeras en salir a la calle agitando una bandera cubana por la calle Real para asombro de los familiares que eran acomodados. Allá se fue al parque central donde la turba se disponía a asaltar el ayuntamiento, cosa que pasó con el consabido incendio de los archivos. Lo típico pues en las revoluciones siempre hay alguien dispuesto a quemar toda la historia del mundo con tal de blanquear la suya propia y además la mayoría de aquella turba había escuchado la palabrita “revolución” hacía solo unos meses o unas pocas horitas, por lo tanto aquello era como un carnaval: disfraces, ruidos y máscaras. La masa estaba cada vez más histérica porque el descontrol se apoderaba del pueblo poco a poco y eso de empezar desde cero y eliminar lo viejo, daba mucho morbo a la chusma que sin tener ideología ni un carajo se había lanzado a celebrar algo abstracto que nunca comprendieron.

Bertica estaba allí, entre los primeros aunque nunca había participado en nada ni pertenecía a nada. Pronto cambio aquella saya negra y blusa roja en solidaridad al movimiento veintiséis de julio por el traje verde olivo, le quedaba bien. Pantalón y blusa verde olivos, botas y boina negras, todo de ese color nuevo y codeándose con los barbudos que llegaron para dirigir al pueblo. Gente salida de lo más profundo del campo, gente simple y allí estaban, sentados en la silla del alcalde sin siquiera tener un metro de tierra donde caerse muerto o propiedades, gente simple, repito y muy entusiasta. Eso sí, mucho entusiasmo, eso fue lo que lleno los primeros días de la revolución en aquel poblacho próspero hasta ése momento.

Bertica se integró de lleno, guardias, trabajos voluntarios, mítines, nacionalizaciones, reuniones, ingresó en el partido comunista, la federación de mujeres, los comités y hasta fue a la campaña de alfabetización. Todo junto, todo, ella una chica de su casa, aburguesada y de pronto en la calle, tomando decisiones, dirigiendo a la masa y aquella palabra elevada al altar de lo superior: “¡Compañeros, vamos a ver, compañeros!”. Ella como otros estaban contentos, eufóricos de haber suprimido del habla y del diccionario la palabra “señor” y “señora” y ni que decir de “Mister”, a veces ella incluso recordaba la cara del yanquí dueño de la Fleyman a quien todos le rendían pleitesía y cuando la comisión entró en su oficina para nacionalizar la fábrica llamándolo de compañero. El yanquí se levantó rojo como un tomate y sufrió un insulto, nunca más se supo de él, no se murió, algunos cuentan ahora que siguió viviendo en Miamí.

Los padres se apuntaron para irse como hicieron los que podían, ella cayó en la primera crisis. Aquella acción de su familia le echaba tierra, la manchaba y los compañeros ya no podrían confiar en ella pues tenía una familia recalcitrantemente pro imperialista. Ella se fue de la casona, recogió lo necesario y se fue a vivir a la oficina de las milicias y no quiso saber más de su familia, la madre trató de despedirse de la hija revolucionaria, dicen que la llamaba la “oveja negra”, pero no logró verla. Bertica estaba por Caimito en una escuela de milicianos y los padres se fueron. Nunca nadie más supo de ellos y mira que la gente se entera de todo, pero no, al parecer se los había tragado la tierra o el mar. Bertica comenzó a dar los primeros síntomas de locura, un tic nervioso se apoderó de su juvenil cara. Ladeaba la cabeza y torcía la boca hacia abajo, mueca que siempre le acompañó desde aquel entonces. Pero nadie se fijo en ello, ella misma había prohibido que la compadecieran y cuando ella fue a pedir un cuarto donde dormir, le dijeron que podía vivir en la casona cosa que ella negó. Le dieron un cuartucho en lo que siempre fue y ha sido hasta hoy el barrio más pobre de La Loma, allá se mudó a un cuartucho de cinco metros por cuatro, una cocinita pequeña y el baño en el pasillo de aquella cuartería. Allá se fue a vivir contenta, colgó un cuadro de Fidel donde antes se colgaba el corazón de Jesús, era la moda, las paredes se llenaron de cuadros del Ché, de Camilo. Con la cabeza alta empezó a vivir su vida de proletaria, empezó a trabajar en la tabaquería, por las noches en la zona de los CDR.

Cuando los yanquís bombardearon la base aérea, allá fue y hasta por poco la matan. De aquella fiesta revolucionaria le quedó una cicatriz en la cara cuando al explotar unas de las bombas, unos vidrios de una ventana le cayeron encima. No pudo participar en lo mejor de aquel momento histórico porque estaba en el hospital. Cuando salió pidió que la enviaran para Girón, quiso irse a pie si no la enviaban, pero la convencieron que no. Mejor era que se quedara allí en el pueblo combatiendo al enemigo. Allí se quedó para su mala suerte, la isla vivía momentos malos y en una de sus guardias unos maleantes le cayeron encima, la arrastraron hasta un solar y trataron de violarla, cosa que no llegaron a hacerlo pero si le hicieron lo que les dio la gana, la mearon, la desnudaron, la golpearon y hasta le metieron una botella de coca cola por el culo y la encerraron en un tanque donde estuvo hasta que la encontraron, a los dos días, desnuda, vejada, cagada y meada pero virgen a medias porque los tipos no pudieron violarla, solo le desvirgaron el culo con la botella, la infección fue grande y complicada debido al tiempo que pasó desnuda en el tanque. De esto último le vino una infección y que los médicos, que más bien debieron ser veterinarios, se vieron obligados a limpiarla por dentro dejándola incapacitada para tener hijos. Hay gente que afirma que la locura le vino de no poder tener descendencia y de que la vaciaron por completo, de que cuando le venían los vapores de la regla, ella se volvía una fiera.

A ciencia cierta, nadie podía decir el motivo, pero el hecho era que Bertica estaba loca. Una loca que nunca fue ingresada en Masorra, el psiquiátrico como aún se le llama, al principio de su locura servía para algo, le encomendaban trabajos fáciles de realizar, siempre la enviaban a recorridos con alguien, nunca sola. Poco a poco los deberes de Bertica fueron simplificándose a medida que su locura fue avanzando, hasta que la dejaron fuera de todo y sus antiguos compañeros se fueron olvidando poco a poco de ella.

Seguía ella con su tic nervioso, ahora se le había sumado la costumbre de sonar los dedos mientras caminaba. Se paraba en las esquinas y daba discursos sobre la revolución, ya se había convertido en un adorno del pueblo. Pues por cosas del destino, quizás, el pueblo de San Antonio siempre tuvo sus locos famosos y ella pasó a ser uno de ellos. De la pasividad pasó a ser una loca agresiva, a medias, solo a medias. Elegía a su víctima entre la gente que le venía de frente y de sopetón le sonaba una galleta, bien sonada y sonora, eso fue al principio, al pasar el tiempo la gente se acostumbró a ella y sus rarezas. Cierta vez se la llevaron a Masorra y le dieron un par de electro-choques que de nada le valieron, volvió tan loca como antes y hablando solo de la revolución. No se quitaba el traje de miliciana hasta que se le caía roído en pedazos, alguien le regalaba un traje nuevo y así el ciclo continuaba.

La cuartería cierta vez cogió candela, la pobre por poco se quema achicharrada, por suerte los bomberos la sacaron en hombros mientras ella les gritaba: “Hi´o´eputas, contrarrevolucionarios”, entre las risas de todos nada se salvó de aquella cuartería. A ella la metieron en el cuarto de otra cuartería de alguien que se había ido, era un tiempo raro, en los ochenta se había puesto de moda de nuevo el irse para el Norte. La gente escapaba en cualquier cosa. Vino la época de las embajadas, las manifestaciones, el alboroto descontrolado, la cacería de brujas, la tiradera de huevos y ladrillos a los gusanos, los ´80. Bertica se sintió de nuevo en aquel ambiente perdido de los ´60, donde el caos era la ley divina. El pueblo estaba en guerra contra sí mismo, la gente corría a gritarle al vecino o al familiar o al compañero de escuela, el caso era estar en la moda. Era la comidilla y el pánico diario, “grita antes de que alguien te grite”, perecía ser el lema. Traían a los becados de las escuelas en guaguas o camiones a la casa elegida del momento para lanzar ladrillos, huevos y de todo.

Los ´90 llegaron con la miseria institucionalizada, y aquello del “período especial en tiempo de paz”, Bertica en su locura empezó a pasar hambre, ya no había nada que comer ni de dónde sacar dinero. El dólar comenzó a circular y ella en su locura lo supo, y arremetió contra todos los traidores de la revolución. Aquellos años igual se caracterizó por una emigración masiva de orientales hacia las provincias habaneras, cerca del pueblo creció un poblacho de casas de cartón y latas de cinc. Ya vieja y loca, Bertica estaba decrépita, sus blancos preferidos eran los gusanos que para ella podía serlo cualquiera, los negros y los orientales.

Vivía de la caridad de algunos vecinos, si le daban de comer comía, sino, pues nada, vivía como si fuera un perro. Comía por los rincones registrando entre la basura, no se bañaba y apestaba a rayo encendido. Ya casi no tenía pelo, pero los pocos que le quedaban ocultos y mugrientos los ocultaba en la famosa boina verde otrora olivo, que a veces era grisácea o negruzca. Sus últimas locuras era cantar el himno del veintiséis de julio en cualquier sitio, en una cola del pan o en la parada de la Punta de Rosa donde salían todas las guaguas que ahora eran camiones y carretas. Aquella era su tribuna preferida para arremeter contra los negros y los orientales. Y allí le pasó lo peor de su vida, quizá unos hijo de putas quisieron joderla, vengarse o quizá gente pervertida, o lo que fuera, pero desapareció y la encontraron a los cuatro días. Un guajiro en medio de un maizal encontró un saco cerrado de donde salían quejidos y se movía algo adentro, cuando lo abrió salió ella como un perro rabioso, se le tiró encima y lo mordió en una oreja, arrancándosela de un tirón. En fin todo se supo en el pueblo, fue el chisme que entretuvo a la gente por un tiempo.

Al parecer unos reclutas, la finca del guajiro limitaba con la base aérea, se la llevaron y está vez la violaron, se la singaron por delante y por detrás, la golpearon y estuvieron usándola varias veces, así habían comentado los del hospital. Tuvieron que darle puntos por delante y por detrás. No cogieron a nadie y además nadie se iba a ocupar de la violación de una loca, Dios sabe qué provocación hizo para ganarse aquello. Además detener a alguien era imposible pues Bertica en su locura culpaba a cualquiera. La metieron esta vez en Masorra de donde no salió nunca, dicen que murió loca tarareando la marcha del veintiséis de julio:

“ Marchando vamos hacia un ideal,

sabiendo que hemos de triunfar,

en aras de paz y prosperidad....

tra-la-la-la-la ...

¡Adelante, cubanos!

que Cuba premiará nuestro heroísmo,

pues somos soldados

Tra-la-la-la-la...”

Alberto Torres Fernández

Riga, 11 de abril de 2003

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